Otra semana y otra historia relatada por Yanko Tolic, en esta ocasión leeremos como nació una desagradable tradición.
La escena del metal extremo que nació en Chile fue energética, polémica y controversial a en sus comienzos. Pero también se caracterizó por infernales pasiones que emprendían el vuelo y caían como lagrimas para posarse sobre los instrumentos y sus músicos. Una vez situados, procedían a adornar el blanco como un ritual de lobos en una manada acaparándose la presa. No hubo forma de pararlos. Decir por micrófono que no lo hicieran era tan inútil como entregar las vísceras a tu enemigo.
La primera banda en experimentar un vendaval desflemado fue Crypt en el inolvidable concierto “Death Metal Holocaust” en su primera versión de 1985. Se les ocurrió arrojar al público excremento, llamando a su acto “Speed Caca”. Después, una pelea primigenia extendida entre los amigos de Massacre y Necrosis; escupían a cada banda cuando ésta se presentaba. Con el tiempo se formó un hábito que incluyó a todas las demás.
Ya no se podía parar. Lo que partió tal vez como una molesta broma se había instaurado en la audiencia, normalizando una banalidad sin sentido. Tanto los grupos que emergían como los que llevábamos más tiempo, sufrían la maldición y transformación de volver nuestras largas cabelleras en verdaderos pinos de navidad que, en vez de colgar regalos, cargaban mucosidades y flemas de los más variados portes, largos y colores. Digno de un estudio psiquiátrico.
En 1987, estábamos tocando el tema “Altazor” cuando una provocadora ameba verde gigante cayó en mi guitarra con una puntería de francotirador de excelencia. Se puso a bailar pogo cambiándose entre las cuerdas. Iba con el ritmo de la música. Ascendía y descendía a su antojo. Danzaba mofándose. Un sacrilegio para mi Stratocaster. No soporté esta profanación. ¡Era repugnante! Hice que la banda parara de tocar inmediatamente, he indique que encendieran las luces blancas del Manuel Plaza en el concierto.
Transformado en un demonio grite con ira: “¿Quién fue el guevón que me tiró un escupoooooooo?!!!!!!!”
Silencio en el recinto de lo sagrado.
¡Qué se suba inmediatamente y peleamos como hombres…ahora mismo!
Silencio en el recinto de lo sagrado.
- ¡La próxima vez, en este escenario puedes estar tú tocando y no te va a gustar que te hagan esto, así que respeta!
Silencio en el recinto de lo sagrado.
¡Un escupo más y paramos, …se acaba el espectáculo! -Sentencié.
Pero después tuve un lapsus freudiano y les dije:
¡Un pollo más y salto abajo a sacarte la cresta!
El Manuel Plaza volvió a la amada oscuridad, comenzamos a tocar nuestro Thrash Metal amplificado por las cajas de audio y acompañados de los destellos de focos Par 58, una vez más la locura se apodera de todos.
El Metal despierta la insania y la agitación. El recital sigue su delirio, cuando en ese momento veo venir una mayor cantidad de expectoraciones de todos los calibres. Corro a la izquierda y los misiles de alto alcance aparecen como desesperados tiburones por sangre. Rápidamente me traslado a la derecha y soy perseguido por una jauría de gargajos traidores a mansalva. Retrocedo un poco y miro a los otros integrantes que tocaban como rocas resignadas, incólumes e impertérritos. Verlos me suscitaban emociones de odio, ira y deseos de matarlos con un placer oscuro que ya quisieran Sade, Poe, Baudelaire, Lewis Carroll, Rimbaud o Kafka, para sus escritos. Otra vez Ciryl, vocalista de SNF (Sex No Future), en un afán, para que se dejaran de esputar contra su persona dice:
¡No me importan los pollos, soy inmune a ellos!
Y al segundo, sufre el incesante bombardeo de un mar de secreciones desenfrenado.
No había por dónde. Al vocalista de Necrosis, Andres, se le ocurrió salir con unos paraguas que decía “Anti-pollos”. Fue peor.
Pensamos que en el “Death Metal Holocaust III” respetarían a Vulcano de Brasil y Retrosatan de Argentina por ser las primeras bandas que venían a tocar a Chile en el primer concierto internacional de nuestro movimiento. Fue espeluznante ver como esos flujos verdes se suspendían en sus cabellos o se alojaban en sus instrumentos.
Vulcano nos preguntaron después: “¿Por qué aquí escupen?”
¿Cómo? ¿acaso esa moda no les ha llegado allá? es lo último en moda que se estila en los clubes de Metal de San Francisco - le contestó uno de nuestros roadies.
Solo nos reímos nosotros, ellos no.
En las entrevistas de los ´zines los grupos llamábamos a no hacerlo. Pero fue inútil.
Aparece la siguiente década y poco a poco las agrupaciones internacionales comienzan a visitarnos. Kreator en el Estadio Chile, hoy con justa razón llamado Victor Jara, conocieron el bombardeo “escupístico” en el ´92. Slayer recibía el bautizo de rigor en la Estación Mapocho en el primer Monster of Rock en el 1° de septiembre de 1994, donde Tom Araya preguntaba con rabia: “¿Para qué mierda hacen eso?”
Posteriormente el 7 de septiembre del ´95 en el Teatro Monumental (ahora vuelto a llamarse Caupolicán) los suecos Clawfinger, sufrieron esa experiencia actuando de forma entregada, pero, lo peor vendría después con la banda norirlandesa Therapy? y su vocal y guitarra Andrew Cairns que ante la tormenta perfecta “pollimetra” comenzó a devolver, a insultar, a recibir para finalmente bajarse los pantalones y encolerizado mostrar sus genitales, provocando la risa completa de todos los que estábamos ahí. El día siguiente, 8 de septiembre, ocurrió lo mismo con Faith No More, Mike Patton comenzó a devolver los escupitajos, a maldecir, a garabatear, ofrecer pelea para después abrir la boca y empezar a señalar que con puntería le llegaran adentro mofándose y desafiando. Ciertamente esa, su segunda venida, no era como la primera actuación del Festival de Viña cuando debutaron en 1991.
Cuando cerró Ozzy usó baldes y pistolas de aguas para enfrentar el “pollometro” al sur del paraíso. En 1996 Iron Maiden, con Blaze Bailey enfurecido, interrumpió el seguir tocando para increpar al tipo que le estaba escupiendo, tratándolo de “infecto”.
Los “guanakos chilensis” ya tenían su asquerosa fama. Se tomaron medidas como tener más distancia desde la primera fila al escenario con esas blancas y molestas rejas llamadas después vallas “pedofílicas” (Nota del editor: Se llamaban vallas papales, pero se entiende la alusión. Supongo.), ventiladores dirigidos al público y un ejército de guardias de seguridad tipo “goriloides” protegidos con gorros.
El comportamiento en Chile fue cambiando poco a poco. Cada vez eran menos los rebeldes que expulsaban sus ofensas salivales y preferían sacudir violentamente su cabeza o participar de bailes salvajes más integradores como el pogo o el slam. Los gritos de ovación cada vez que terminaban los temas eran magistrales, acompañados de miles de manos haciendo la señal del “malocchio” o “mano cornuta”, siendo el deleite de un bello paisaje metalero que visto desde el escenario se torna imponente.
Lo escupido pasó a la historia como un recuerdo más, solo una anécdota para escribir aquí. Una masa importante avanzó en edad y prefería el deleite pasivo de apreciar la calidad del sonido, observar la entrega de los que estaban arriba del escenario, percibir la nostalgia de respirar el aire y los sentimientos de sus experiencias pasadas al escuchar temas inmortales. Les gustaba contar las métricas musicales en la construcción de las composiciones a quienes eran más estudiosos, amar el gusto visual del arte de la decoración a través de los lienzos, las luces o las pantallas leds o compartir junto a sus hijos la música que habían escuchado antes que sus barbas y su pelo se llenaran de canas con el avance del peso de la vida, con el objeto de dejar un legado que no se pierda ante el fuego graneado musical que hacen a diario los medios en un repulsivo libre mercado lleno de basura y condescendencia.
Ahora hablaban afuera del “gran público chileno”.
Nos convertimos de zombis detestados a ser hijos predilectos.
Una parada obligada para las bandas del mundo que a través de los eventos nos reunimos todos y dejamos por unas horas de ser un país bipolarmente enfermo.
Esa era la disyuntiva de convivir entre dos mundos a la vez. El de vivir en una realidad llena de leyes con sus normas impuestas o proteger un oasis llamado “escena” que todos formamos parte para no volvernos locos en esta tormenta.