Una nueva semana junto a Yanko Tolic y su columna, analizando la escena metalera y mirando como se desarrolla en el tiempo.
Me uno a la celebración de Discordancia y sus 21 años de trayectoria, y provechando la ocasión, hablaré sobre la evolución que me ha tocado ver de nuestra escena desde los 80s hasta ahora.
Tema que puede ser fácil y complejo a la vez, porque mi visión de ella siempre fue desde la perspectiva de una Communitas (Concepto de Pierre Bourdieu) no estructurada en la cual todos nos encontráramos en igualdad de términos y existiera un alto grado de hermandad. Un sentimiento de gran igualdad social y proximidad. Acumulando una cultura propia a partir de lo adquirido por los conocimientos que nos entregó quienes escuchábamos Rock Pesado y Punk, transformándose en el NWOBHM como regalo de las clases obreras de Inglaterra para todos los undergrounds del mundo.
La escena del Thrash Metal de Chile se originó más o menos en los mismos años de 1980 junto a la a las de la Bay Area Thrash Metal de San Francisco, California y El Thrash Alemán. A pesar de escribirnos con algunos músicos, fanzines y programas de radio de esos países y que nos ubicaran, no fuimos tan grandes y conocidos como las de esos lugares.
Nuestra tendencia se abrió paso en un imperante estilo de Pop Latino y con las dificultades inherentes al hecho de vivir en una dictadura totalitaria ultraconservadora de derecha, que nos obligó a buscar espacios para tocar, siendo criticados, invisibilizándonos y rechazándonos por no ser una corriente comercial ni que fuera el ideal con las políticas públicas que deseaban en la época: jóvenes de pelo corto, numerarios de la UDI, obedientes y respetuosos del patrón desde los tiempos de la colonia.
Pronto organicé en 1985 el primer concierto de Speed, Thrash, Black y Death Metal en Santiago con el cual se impulsó a crear un escenario que confluyeran todos los estilos revolucionarios de la música y que combatieran las viejas estructuras de una sociedad recubierta de moho.
Los conciertos se multiplicaron, llegaron bandas de regiones, que desarrollaron sus propias escenas y se fue masificando con la ayuda de Internet. Antes para escribir a alguien de Europa, íbamos al correo, despachábamos la carta que le llegaba al destinatario en 7 días. Si teníamos suerte y nos contestaban el mismo día, la respuesta nos llegaba de vuelta en otros 7 días. O sea, eran 15 en total. Suena ridículo, pero hay que remontarse a esos tiempos.
Fotocopiábamos los flyers que nos llegaban de las bandas extranjeras con sus conciertos y las pegábamos en nuestros dormitorios como tesoros decorativos que mirábamos mientras escuchábamos demos mal regrabados en cassettes que intercambiábamos en el Paseo Las Palmas los sábados. No todos teníamos dinero para comprar discos, así que mediante el intercambio aun sin conocernos bien nos prestábamos nuestras joyas que nunca pensamos que hoy valdrían tanto como si fuera una enfermedad.
La muerte, las guerras, la destrucción, las batalla, el aislamiento, la depresión, gobiernos corruptos, la contaminación, la aniquilación nuclear, curas pedófilos y Satán eran las letras. Por eso se era diferente ante los demás estilos tan serviles y complacientes.
En los 90s pasó por altibajos, las bandas más antiguas pararon de tocar al entrar los integrantes en otras esferas de sus vidas, donde llegaban los hijos, trabajos, pagar cuentas, mantener familias lo que fue relevado por otras bandas más jóvenes donde el Black y Death Metal dominaron esos años en un encendido amor por la brutalidad y lo gutural.
La llegada de mayor número de bandas extranjeras a tocar al país con la vuelta de una pseudo democracia en la medida de lo posible. Hicieron que se mejorara el nivel organizativo de los espectáculos.
Los estilos se mezclaron con el éxito del sonido de Seattle y empezaron a aparecer grupos que combinaban lo que fuera, ganando el rechazo de los más puristas y ortodoxos. Los tratados de libre comercio firmados por los gobernantes de turno hicieron que los músicos optaran con mayor facilidad a buenos instrumentos, se mejoraron las grabaciones en cuanto a calidad ya que empezaron a existir sonidistas que si sabían de metal. Los conciertos fueron saliendo de lo semi profesional. El espíritu rebelde del idioma de los primeros thrashers con palabras como “Chacal”, “Poseros”, “Muerte a los falsos” fue cambiada por términos como “Pro”, “Sonar cañón”, “la banda es tan buena que no parecen chilenos” (Como si ser chileno fuera una identidad rasca y sin alcurnia alguna.)
Los enemigos ya no eran quienes te prohibían la música o querían ver tu banda muerta. Ahora era un enemigo interno que destruía progresivamente tu interior. El ego, con el cual hasta puede dominarte y llegar a hacer creer que las fantasías subjetivas son la realidad.
Hasta puedes llegar a tocar una Metal Transgresor y afirmar que: “El Metal es apolítico”, “Tocar Metal no cambia nada”, “Esto es solo música”, “Esto no es para intelectuales”. Sin darte cuenta de que, al atacarlo, te atacas a ti mismo.
Hoy más que hablar de escena, se habla de mercado. Todo fue etiquetado, sabemos su precio a través de un código de barra, aparece una banda que toca para un público en Japón, Finlandia, Alaska de 10 personas, podemos adquirir su disco debut digitando el teclado. Y tener la oportunidad de ir a verlos casi llenado el lugar donde toquen sin importar pagar el precio de entrada más alto de América Latina. Porque para eso tenemos tarjetas de crédito. El libre Mercado acepta todo mientras alguien tenga buenas ganancias.
A veces la escena se vuelve apacible, amigable, serena y otras como buenos hermanos, peleamos.
Y a pesar de todo, tenemos una escena chilena hermosa, la más hermosa de todas.
Pronta a cumplir medio siglo.
Con su Historia, tu historia, nuestra historia.
Linda, dramática, terrible, pero es nuestro patrimonio. El tuyo, el mío el de todos.
Y que serán las vocales y el silabario para las próximas generaciones que hagan de esto su forma de vida, su lenguaje y su cultura.