La Columna de Yanko Tolic

La Columna de Yanko Tolic: Las Violentas Noches De La Sala Lautaro

Las Violentas Noches De La Sala Lautaro

Nuevamente Yanko Tolic escribe su columna, esta vez abordando una enajenada historia sobre un lugar que se volvió una leyenda dentro de la escena metalera chilena: La Sala Lautaro.

1985

“¡Me falló una banda que nos abra y necesito que toquen ustedes!” dijo Nano Chacón entrando por la puerta a nuestra sala de ensayo que tocaba el bajo en la banda Turbo con cara de preocupado.

Yo le dije: Por supuesto que sí, ¡Dónde es?

Se llama Sala Lautaro y queda en el segundo paradero de Gran Avenida, aquí tengo la dirección anotada, aseguró Chacón.

Nos entrega un papel y leo en voz alta a los demás: (Alfredo Torres en guitarra y Mauricio Yañez en batería) Euclides 1204…

Ese sábado llegamos puntualmente a la cita con las ganas de romper todo y quebrar la historia con un estilo de mucho poder y energía de un movimiento Underground y contracultural que deberíamos construir desde cero.

¡Están listos?, ¡salgan! Dice una voz y las luces se apagan…

Massakre 1985Introducción mortuoria y… en lo que antes había sido un lugar que había sonado con acordes de Blues, Rock pesado, Progresivo, Sinfónico o Folk, ahora sus paredes amenazaban con caer en cualquier momento con Speed, Heavy, Punk, Hardcore, Noise, Black…si señores…el Metal en toda su dimensión. Haciendo su aparición clandestina de cara al futuro. La audiencia, mayoritariamente hippie quedó petrificada al instante. Miraban y no sabían que hacer. En ese mismo lugar habían echado casi a patadas a Los prisioneros por no ser rock, ¿pero esto?, ¿que era? Unos pocos empezaron a llevar el ritmo con la cabeza, queriendo alcanza la velocidad que llevaba el batero. ¿Y esas guitarras? ¿Tan pesadas? ¿Tan rápidas?, eran como Black Sabbath, pero versión rapidísimos. ¿Y la voz?, ¡porqué esa voz tan ronca y ruda? El vocalista grita: ¡Satán!,¿lo escucharon?, ahí lo dijo de nuevo, si, es verdad. A los costados los músicos unos se tapaban los oídos otros ser reían: ¡Son puro ruido, no se les entiende nada, jajajajajaja!

Al terminar la presentación, bajamos a servirnos algo al bar mientras las otras bandas tocaban su repertorio principalmente hecho de covers y algunos temas propios. Tomaba mi cerveza cuando veo pasar a Silviño quien trabajaba de guardia y en mantención del lugar arrastrando a un tipo desde los pies por el suelo. El individuo iba vomitando hacia arriba como una fuente interminable de alcohol y jugos gástricos. Al alejarse, iba dejando la estela en el piso que combinaba con las luces y sus colores. Unas cuantas escaramuzas cortas con buenos ganchos pirotécnicos al mentón se veían surrealistas al ritmo de las luces estroboscópicas. Nuestras vestimentas de negro y algunos accesorios nos diferenciaban de los chalecos andinos, pantalones rojos y collares de conchitas marinas. Los amigos que trajimos también vestían igual a nosotros. Con poleras de bandas que los demás miraban con signo de interrogación.

“Ustedes tocan otro estilo de música y traen publico diferente, ¿les gustaría tocar aquí de nuevo? Yo administro este lugar”, nos indicó una señora muy amable. Así es como conocí a la Sra. Marta, quien nos abrió las puertas y comenzamos a tocar todos los viernes y algunos sábados hasta las 24:00 (que seguía tocando después toda la noche Tumulto) con las formaciones posteriores de Massacre principalmente con la llegada de Eduardo Vidal en bajo y Claudio Comanche en batería. Amante de la locura junto al Bestial ya que todo lo bueno lo encontraban malo y todo lo malo lo encontraban bueno. La Sra. Marta junto a su marido (Q.E.P.D.) gestionaban desde hacía más de 10 años ese establecimiento donde solo se escuchaba la pureza verdadera del Rock. (Algo que para entonces era único en Sudamérica). Había ganado una demanda en plena dictadura al estado por un procedimiento donde entró carabineros a ese local matando una persona de la audiencia y con el cual financiaba con ese dinero el establecimiento. El sonido lo hacía Eugenio Aguilera, su hermano Ricardo Aguilera (Bajista de Turbo) o a veces Poncho Vergara, (bajista y voz de Tumulto). Así la Sala Lautaro pasó a convertirse en un símil de lo que significó el Ruthie's Inn de Berkeley para Metallica, Megadeth, Exodus, Possessed y Death Angel, el Cavern Club para los Beatles o Cart & Horses en el East End de Londres para Iron Maiden. Con esta oportunidad les pude ofrecer que nos abrieran los conciertos a todos los que más pude invitar: Darkness, Inagression, Rust, SNF, Caos, FUCK, DTH, Matanza, Vastator, Squad, Atomic Aggresor,Asociales, Sepulcro, Tormentor, Belial y DOD (de Valparaíso), Sepulkro, Exidium,Pentagram, Chronos, Squad, Anarkia, Thundercats (proyecto de extraña banda creada por el Bestial Fucker), Belial, DOD, las bandas peruanas GO3 y Curriculum Mortis y otros que no recuerdo.

Nos prestábamos platillos, baquetas, uñetas, amplificadores, instrumentos en general, el sonido; el mismo para todos. Las bandas poco a poco se vuelven más técnicas, más definidas en sus propios estilos, van dejando atrás sus influencias a pesar de asimilar el sonido de la fusión de la NWOBHM y el Punk, se escuchan composiciones más complicadas con verdadero virtuosismo en las guitarras y en la batería. Eso se aprecia en los demos que se gestan en la época. Aparece el fanzine Decapitación escrito por el Bala que solo entrevista bandas chilenas, lo que revoluciona la escena. Teníamos nuestro oasis fuera de la estigmatización repleta por un público decepcionado de un sistema frustrante, que pedíamos a gritos música de vanguardia que nos identificara. Era una apuesta radical, un escape al hastío.

Fabio Salas nos describe de la siguiente manera cuando presencia los conciertos en su libro El Rock: su historia, autores y estilos:

Jóvenes diluidos en un presente sin luces, esquizoides y desadaptados, militantes del desorden deliberado y anárquico, antipolíticos, o mejor dicho alternativamente políticos, afectivamente desamparados, orgullosos, arrogantes, historias personales traumáticas y mórbidas, tal ha sido el caldo de cultivo del Thrash metal en más de una década.

Claramente a medida que avanzaba el tiempo el número crecía cada vez más, pero también las experiencias represivas y dictatoriales.

Sala Lautaro - Afiche años 80sSe había hecho de noche un viernes cualquiera en ese local, y salimos a preguntar a la fila de thrashers que esperaban afuera si alguien sabia de un pedal para la batería que teníamos en el escenario, cuando caen dos manos fuertemente sobre mis hombros acompañadas de un alarido, era un miembro de fuerzas especiales que se había bajado del bus policial y me quiso agarrar para subirme a él, sin fijarse que usaba una chaqueta de mezclilla con puntas de clavos alemanes bellamente niquelados. Gritó para atrás y enseguida aparecen más componentes de verde y les grita: ¡Hay un huevon con cuchillos!, instintivamente yo me doy vuelta para ver quién era el tipo de arma blanca, cuando se abalanzan cuatro carabineros sobre mí, comienzan los bastonazos, un thrasher de no más de 20 años le rompen la cabeza y comienza a teñirse de sangre, caigo al suelo, por poco me libro de una patada con bototos de acero, me levanto empujando y nos apalean sin piedad, la confusión era tal que toman a todos los que aguardaban afuera y nos entran en menos de 10 segundos entre varias cabeza rotas . Público y artistas quedamos arrinconados mientras el bus nos acomodaba hacia adelante frenando bruscamente. Nos volvemos una masa uniforme entre brazos, piernas y torsos apretados. Algunos tienen dificultad para respirar. En la última acción pasan frente a un paradero de buses nuevamente un grito: ¡Yaaaaaaaa, todos detenidos por ofensa a la moral!

Caían como palitroques encima de nosotros, a uno lo suben con su bicicleta que iba pasando por la calle. A los que reclamaron los encadenaron colgándolos como corderos con las esposas pasadas por los tubos para afirmarse en el techo del vehículo. El bus avanzaba tan lleno que amenazaba con volcar, pero nada importaba en esos momentos. Llegando a la comisaria, nos bajaron golpe tras golpe. Algunos caían al suelo entre burlas uniformadas. Y volvían los golpes.

-¡Todos contra la pared! -Ordenaron.

Dos carabineros más jóvenes miran mi chaqueta con el logo de mi banda y me preguntan: “¿adoras a Satán?”, sin tiempo de responder llega un superior dando más bastonazos y patadas a mí y a los que estaban al lado. - ¡Ah, con que satánicos los huevones!. Nos tiran una bengala encendida entre las piernas, se pone toda la escena de color rojo surrealista y grita: “¡Aquí está el infierno chascón de mierda!” Llegan más buses con más detenidos y nos convertimos rápidamente en muchas decenas que se aglomeran en todos lados. La situación se torna caótica y al final nos tiran a una oficina rápidamente para constatar antecedentes, al no tenerlos nos arrojan finalmente a la calle. Público y artistas nos devolvemos todos juntos a la Sala Lautaro, Pero está ya había cerrado. Hora de volver a casa con las heridas y el dolor latente en el cuerpo.

Por teléfono nos empezamos a comunicar entre todos para el próximo concierto. No se hará esperar a los bangers afuera, apenas lleguen al local, entraran de inmediato. Incluso hasta organizamos conciertos los domingos a las 17:00 para evadir las razias. Los demás thrashers se organizaron por sectores, programaban horario de llegadas por grupos y no caminar todos juntos. los más numerosos pasaron a llamarse Los Thrashers de Gran Avenida. Iban a todas, apoyaban en todo, se pintaban sus poleras, intercambiaban demos, siempre pagaban las entradas, muchos llegaban con enormes cruces al revés que les prendían fuego, comenzaron a sacar algunos fanzines donde informaban cada fecha y coordinación para llegar al concierto.

La policía se dio cuenta y pronto entraron público nuevo, venían de negro, algunos con poleras de Jhon Lennon y sus típicos cortes de pelo. Entraban armados y pensando que pasaban desapercibidos. A las horas algunos de ellos estaban botella en mano alabando a las bandas. Cuando apoyaban sus brazos al borde del escenario se les veía claramente sus Taurus sin saber si estaba con seguro.

Todos nos conocíamos, era fantástico, los músicos bromeaban cuando tocaban en vivo, andando en skate en el escenario o barriendo con una escoba mientras tocaban las bandas; no recuerdo quienes eran. Pero era todo muy de pasarla bien. Nada de estúpidas rivalidades ni desencuentros. A veces les daba por correr al juego de los cazamoscas botando al que estaba desprevenido. Recuerdo a uno que azotó su cara en el tablado a nuestros pies, con su sangre pintó cruces al revés de lo más tranquilo. El headbanging era bestial y en la catarsis arrojaban a los más pequeños hacia arriba mientras sonaban las bandas. Bestial Fucker en ocasiones le daba por animar contando chistes fomes y haciendo imitaciones que al final los thrashers hartos de su presencia mientras se cambiaban los equipos, le tiraban de todo y le querían masacrar. Él además aportaba con un espectáculo de pirotecnia, cabezas de chancho, sacaba maniquíes, poster del Papa, Pinochet o quien se le ocurriera mientras tocábamos con Massacre, muchas veces se le pasó la mano con actos de fuego. Destruía televisores antiguos, incendiaba dildos, muñecas, el objeto que se le ocurriera que pasara por su mente.

Cierta vez le dio por destruir un maniquí que después le prendió fuego arrojando sus pedazos ardiendo al respetable, esa vez, comenzaron a jugar football con ellos, la humareda era muy fuerte.

Se formó una batalla entre los que tiraban pedazos incendiados del escenario hacia abajo, y los que devolvían con mayor energía aún. Algunos cayeron sobre el backline, apresuradamente los roadies los apagaban como podía, Pero un gran pedazo de fuego cayó en la Mesa del sonido, Poncho Vergara esa vez lo arrojó quemándose las manos hacia abajo, al caer le quemaron parte de las piernas a su pareja. La ira se apoderó de él, y corrió con una botella de cerveza de un litro y la quebró en la cabeza de Diego Bestial Fucker, con la mala suerte que se cortó su mano y parte del brazo, Diego al tocarse su cabeza y sacar sus manos con sangre pensó que era de él, así que se enfrascaron en un pugilato de antología. Era ver a Muhamed Alí contra Foreman. Mientas la banda tocaba Pissing into the Massa Grave, en la trifulca le botan el amplificador de bajo a Lalo y después caen en la batería de Claudio Comanche Muñoz.

La gresca creció cuando los roadies de Tumulto se enfrentan a los de Massacre y se sumó el público en una guerra campal.

Al otro día Poncho tuvo que tocar con el brazo y la cabeza vendados. Me dijo: “desde hoy ODIO a los tharshers de mierda”.

Tiempo después su hijo Oliver le salió thrasher. Y hasta le compuso un tema en el disco que llevó su nombre “Oliver Thrash”; Cosas del destino.

sala lautaro mosh

 

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